Las dificultades y luchas en la vida, la soledad o la búsqueda por ser mejores personas y hallar un lugar en el universo, son temas que se repiten en los relatos del escritor israelí Etgar Keret. Particularmente en su último libro de cuentos: La penúltima vez que fui hombre bala.
En su libro de cuentos más osado y sorprendente hasta la fecha, recientemente galardonado con el 69th Annual Jewish Book Award en Israel, Etgar Keret sigue deslumbrando por su capacidad para crear vínculos de empatía y hallar esperanza en las situaciones más disparatadas. Esta es la entrevista para Puntos y Comas.
Ciudad de México, 22 de febrero (SinEmbargo).- Las dificultades y luchas en la vida, la soledad o la búsqueda por ser mejores personas y hallar un lugar en el universo, son temas que se repiten en los relatos del escritor israelí Etgar Keret. Particularmente en su último libro de cuentos: La penúltima vez que fui hombre bala.
“Cuando escribes te comprometes a ti mismo con una experiencia subjetiva y ésta es siempre surrealista. Por ejemplo, puedes creer en fantasmas o si tu novio te besa puedes sentir como si te elevaras en el aire. No experimentamos la vida de la misma forma, por eso cuando escribo busco construir esta experiencia. No me pregunto si algo es surrealista o no, sólo me pregunto: ¿esto es sincero? ¿es honesto o es falso?”, comparte el autor.
Agrega que “el efecto ético de la literatura surte efecto cuando confunde al lector. La literatura existe para hacernos sentir menos seguros sobre algo en lo que creíamos. Hay que impactar al lector con la belleza y la complejidad de la experiencia humana para voltear a ver otro punto de vista que no habías considerado antes”.
En su libro de cuentos más osado y sorprendente hasta la fecha, recientemente galardonado con el 69th Annual Jewish Book Award en Israel, Etgar Keret sigue deslumbrando por su capacidad para crear vínculos de empatía y hallar esperanza en las situaciones más disparatadas. Esta es la entrevista para Puntos y Comas.
En el relato que le da título al volumen, un hombre al que ha dejado su mujer, cuyo hijo le ha dicho que es un cero a la izquierda y a quien incluso su obeso gato ha abandonado, es conminado por el dueño del circo en el que trabaja a sustituir al hombre bala. Ignorando las advertencias de los payasos que ante el delirio del público lo invitan a reflexionar sobre los peligros que aquejan semejante profesión, el hombre se mete a trompicones en el cañón y sale disparado muy fuera del blanco hasta hacer un boquete en la carpa de circo. Vuela y mira su ciudad, su mundo y a todos aque- llos que lo han abandonado desde las alturas y encuentra ahí su nueva vocación.
Keret es un escritor todoterreno que puede fabricar una tensión digna de la mejor tradición del cuento corto, lo mismo a partir de un niño que quiere llevarse la caja registradora de una juguetería como regalo («escoge lo que tú quieras», le dijo el padre), o imaginar un Estados Unidos distópico en donde Donald Trump se reelige para un tercer mandato. Con el ejército diezmado por una cruenta guerra contra México, el presidente norteamericano recurre a un perverso juego estilo Pokemón para reclutar niños y adolescentes que se convierten en mortíferos soldados.
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—En tus cuentos hay un contraste notorio entre temas sórdidos con entornos fársicos o elementos de fantasía, ¿por qué está contraposición?
—Cuando escribo, no tengo una intención clara de ello, es más un proceso asociado con los sueños. Escribir es un estado mágico de perder el control; añadir esos elementos es más una lógica inconsciente que una decisión determinada.
Cuando escribes te comprometes a ti mismo con una experiencia subjetiva y ésta es siempre surrealista. Por ejemplo, puedes creer en fantasmas o si tu novio te besa puedes sentir como si te elevaras en el aire. No experimentamos la vida de la misma forma, por eso cuando escribo busco construir esta experiencia. No me pregunto si algo es surrealista o no, sólo me pregunto: ¿esto es sincero? ¿es honesto o es falso?
—¿Qué mensaje quisiste transmitir en La penúltima vez que fui hombre bala? ¿En general hay alguna línea temática en tu trabajo literario?
—Bueno, creo que hay cosas en común en mis historias, como las dificultades y luchas en la vida, la soledad o la intención de los personajes por ser distintas personas a las que son. En este libro en particular, un tema en común es el intento fallido de los personajes por entender su lugar en el universo.
—¿Intentas mostrar una postura política cuando escribes?
—Pienso que el fin de la literatura es captar la realidad en sí misma. No creo que se deba usar ese medio para explotar un tema o tratar de influenciar a tu lector como una especie de vaca que picas para ir en una dirección u otra.
El efecto ético de la literatura surte efecto cuando confunde al lector. La literatura existe para hacernos sentir menos seguros sobre algo en lo que creíamos. Hay que impactar al lector con la belleza y la complejidad de la experiencia humana para voltear a ver otro punto de vista que no habías considerado antes.
—Respecto a la construcción de personajes, ¿te inspiras en las vivencias propias, en las personas que te rodean o vienen totalmente de tu imaginación?
—Usualmente viene de una especie de proyección: veo a alguien y quiero escribir de este tipo, luego la única forma en la que puedo describirlo es poniendo algo de mí mismo en él. Entonces lo que pasa es que el personaje tiene una mezcla entre algo que no conozco, en una situación es ajena a mí, pero al darle vida él se convierte un poco en mí. Es como un coctel.
—Etgar, haces cuento, novela, cómic, libros para niños y guiones para cine y televisión. ¿En qué terreno te sientes más cómodo escribiendo?
—Creo que escribir relatos cortos de ficción es lo más intuitivo para mí, pero cuando eres escritor, creo que lo mejor manera para que avances es que intentes salir de tu zona de confort y experimentes otras formas de creación. Cuando regreso a la ficción, después de hacer películas, siento que he aprendido nuevas maneras de contar una historia.
Por ejemplo, en el cuento “No lo hagas”, un padre y su hijo caminan por la calle y ven hacia arriba: el hijo está muy feliz porque ve un hombre a punto de saltar y piensa que es un súper héroe y está a punto de volar, pero el padre está asustado porque ese hombre va a morir. Cuando escribí esta situación lo hice bastante cercano a cómo lo dirigiría en un film; tienes una imagen de dos personas viendo hacia arriba, uno está muy animado, sonriendo, y el otro está preocupado, pero tú no sabes qué ven. Después, la cámara se va moviendo cuando suben las escaleras del edificio y se va develando lo que ven hasta finalmente llegar con el hombre. No hubiera escrito de esta forma sin haber experimentado la dirección cinematográfica.
—¿Entonces todo lo que escribes se nutre de la influencia del cine? ¿O viceversa?
—Siempre que me salgo de mi zona de confort, el cuento, comienzo en una posición muy inferior porque quiero hacer lo que estoy acostumbrado y así no funciona. Entonces no creo que funcione al revés; si hay un guión con el que estoy luchando, no tengo la misma confianza que con un cuento, pero siempre doy lo mejor de mí.
Lo único que puedo decir es que dirigir actores en cine, hay muchas formas de hacerlo. Puedes, por ejemplo, hacer que se expresen en la acción, puedes pedirles que utilicen su voz de cierta manera o puedes darles una especie de imagen. Siempre trato de contarles una historia sobre el personaje, a veces hago un relato elaborado sobre el trasfondo del personaje. Este es un método que tengo para dirigir actores y conseguir a través de esto que proyecten la emoción que se busca.
—¿Recuerdas algún libro que de joven te haya inspirado a escribir o que haya marcado tu vida?
—Hay mucha influencias pero principalmente William Faulkner, John Cheever, Raymond Carver, J. D. Salinger, Julio Cortázar. Especialmente Kafka. La novela que me marcó más es La Metamorfosis, la cual leí durante mi servicio en el ejército.
La escritura es muy distinta a la tradición israelí, donde el autor relata desde un lugar de autoridad, tienes la sensación de que el escritor sabe la respuesta a todo. Con Kafka, la escritura viene desde la ansiedad, la confusión y el miedo, un lugar de menos certezas que el lector. El autor está igual de incómodo que el lector. Ese punto de debilidad fue revelador y me permitió convertirme en un escritor.
—¿Cuál es la esencia de la escritura israelí?
—La literatura israelí en general es muy opuesta a lo que yo escribo. Me identifico más con la diáspora judía de Kafka. La tradición israelí es muy épica, usualmente construida en grandes novelas que abordan temas colectivos importantes. Mientras tanto, mi escritura es muy breve y trata problemas menores, más personales.
Nació en Tel Aviv, en 1967. Es, hoy en día, el escritor más popular entre la juventud israelí. Comenzó a escribir en 1992 y desde entonces ha publicado cuatro libros de cuento, una novela, tres libros de cómic y un libro para niños. Sus libros han sido best sellers en Israel y han recibido los elogios de la crítica internacional. Ha sido traducido a dieciséis idiomas, incluyendo el coreano y el chino. Extrañando a Kissinger fue nombrado uno de los cincuenta libros israelíes más importantes de todos los tiempos. Más de cuarenta cortometrajes se han basado en sus historias. Sus cuentos han sido adaptados al teatro en Israel. Keret ha recibido el Book Publishers Association’s Prize y el Ministry of Culture’s Cinema Prize. Actualmente es profesor en el departamento de Cine y Televisión de la Universidad de Tel Aviv.